sábado, 24 de marzo de 2018

Los dos ratoncitos


La mariposa se dispuso a escuchar la historia que la rosa comenzó a narrar.



El ratoncito Perigrín y el ratoncito Belinguín eran amigos inseparables. Por las mañanas ambos ratoncitos iban al colegio y por las tardes jugaban juntos en el parque. Un día Belinguín le preguntó a su amigo: 

- Perigrín, ¿tú qué quieres ser de mayor?

- Quiero ser médico para curar a los enfermos. ¿Y tú Belinguín?

- Yo quiero ser astrónomo para saber mucho acerca de la luna y las estrellas.

Los dos ratoncitos estaban ilusionados con hacer realidad sus sueños pero se entristecían al pensar que sus vidas tomarían rumbos tan distintos.

Pasaron los años y cada uno de ellos se convirtió en lo que quería ser. Perigrín consiguió ser un prestigioso médico y Belinguín se convirtió en un excelente astrónomo. Los dos ratones continuaban siendo muy buenos amigos pero ya no se veían apenas.

Una noche Belinguín fue a visitar a Perigrín a su casa que estaba en el bosque. Se saludaron con mucha alegría, sin embargo Perigrín se dio cuenta de que a Belinguín le sucedía algo.

- ¿Qué te ocurre Belinguín? Te encuentro nervioso – dijo preocupado Perigrín.

- Necesito tu ayuda – dijo Belinguín tembloroso.

- ¿Estás enfermo? – le preguntó rápidamente Perigrín.

- Oh, no, no. ¡Yo estoy bien! Quien no está bien es la dueña de la casa en la que vivo. Es una mujer anciana y últimamente llora todas las noches. Creo que está enferma, por eso quería pedirte que vinieses a verla.

- ¡Claro Belinguín! ¡vayamos ahora mismo y averigüemos qué le ocurre!

Y los dos ratoncitos se dirigieron con paso muy ligero hacia la casa en la que vivía Belinguín. Estaba bastante lejos, en la montaña. Belinguín había elegido aquella casa porque tenía unas vistas maravillosas del cielo.

Cuando llegaron entraron por la ventana que estaba abierta. Muy silenciosos y con mucho cuidado, se dirigieron hacia el salón donde se encontraba la anciana sentada en una silla. Estaba cosiendo y las lágrimas le caían por la cara.

Perigrín le dijo a su amigo:

- Tengo que acercarme más a ella, espera aquí.

- Ten mucho cuidado – le advirtió en voz baja Belinguín – yo nunca he dejado que me viera, ya sabes el miedo que nos tienen los humanos.

- Sí, lo sé. Iré con cuidado – contestó Perigrín.

Sin embargo mientras se acercaba, la anciana giró la cabeza y lo vio. Sorprendentemente la mujer no se asustó sino que le dijo secándose las lágrimas:

- ¡Hola ratoncito! ¡qué bonito eres!

Una débil sonrisa se dibujó en el rostro de la anciana:

- ¿Quieres un poco de queso? – preguntó al ratoncito.

- Sí – contestó Perigrín y la buena mujer, aunque no le entendió, se levantó de la silla con cierta dificultad y salió del salón. Al cabo de unos instantes volvió con un pedacito de queso. Lo colocó en el suelo cerca de Perigrín.






Belinguín continuaba escondido y no se atrevía a salir aunque quería probar el queso ¡qué buena pinta tenía! Perigrín le dijo:

- Ven Belinguín a comer el quesito.

Belinguín fue despacio hacia su amigo. Al verlo la anciana dijo:

- ¡Vaya pero si tengo dos amiguitos! Voy a por más queso.

Y la anciana trajo otro pedacito de queso y lo colocó junto a ellos. Se sentó en su silla y se quedó mirándoles complacida. Belinguín le dijo a su amigo:

- ¿Ya sabes lo que le pasa?

- Creo que lo que lo ocurre es que ha perdido la esperanza.

- ¡Oh eso es muy grave! – dijo alarmado Belinguín.

- Sí, es grave – dijo con tristeza Perigrín – porque tiene que volver a encontrar la esperanza por sí misma y no hay ninguna medicina que pueda ayudarla.

Los dos amigos permanecieron en silencio con la carita mirando al suelo.

- ¡Tengo una idea! - dijo Belinguín de pronto - ¡Vamos hacia la ventana! ¡quiero que vea lo hermoso que está el cielo!

La anciana se sorprendió cuando ambos ratones corrieron deprisa por el suelo dejando a medias los trocitos de queso.

- Pero ¿a dónde vais tan deprisa? Por favor no os vayáis aún - dijo muy apenada.

Los dos ratoncitos subieron hasta el alféizar de la ventana y se quedaron allí mirándola.

- Ah ¿preferís estar en la ventana? Está bien, está bien. - Dijo sin levantarse de la silla.

- ¿Y ahora qué hacemos? – preguntó Perigrín a su amigo - No parece que tenga la intención de venir.

- No lo sé – contestó Belinguín – y de repente oyeron a la ancianita qué decía:

- ¡Pero qué hermoso está el cielo! – ¡se había levantado de la silla y había ido junto a ellos! Ahora los tres contemplaban el firmamento en el que brillaba con fuerza la luna llena y titilaban las estrellas.






Y en ese instante mágico la anciana recuperó la esperanza porque sintió que la luna y las estrellas estaban allí para darle ánimo a ella y a todas las criaturas de la Tierra.

domingo, 18 de marzo de 2018

Las alas de la mariposa





Era un día primaveral. Los pajaritos cantaban y las mariposas revoloteaban sobre las flores. ¡Qué bonito estaba el jardín lleno de tantos colores! 

Susana miró por la ventana y al ver el jardín tan colorido y animado, una gran sonrisa iluminó su cara. Pero qué susto sintió de repente al ver que Juanito, su hermano pequeño, trataba de atrapar a una mariposa. La niña salió apresuradamente de su habitación dirigiéndose al jardín pero cuando llegó ya era tarde: el niño había tocado las alas de una mariposa y ésta cayó sobre la tierra.

- Esta mariposa ya no podrá volver a volar – le dijo Susana a su hermano que miraba con los ojos llenos de espanto.
- ¿Por qué? – preguntó con un hilito de voz.
- Porque las alas de las mariposas son muy frágiles. Están recubiertas de unas escamas pequeñísimas que se rompen al tocarlas.

Juanito se puso muy triste y los dos hermanos quedaron unos instantes contemplando a la pobre mariposa que trataba de alzar el vuelo sin éxito. De pronto Susana le dijo:
- Vamos a intentar ayudar a la mariposa.

- ¿Cómo? – preguntó animado Juanito. 
- La pondremos sobre la rosa que tengo en mi ventana.

De modo que Susana cogió a la mariposa con mucho cuidado, la llevó junto a la rosa y ambos hermanos se quedaron observándola durante un rato. ¡Qué pena que los niños no pudieron entender la conversación que tuvieron la rosa y la mariposa! ¡Y qué afortunado eres tú que aquí la puedes leer!

- ¡Hola! - le dijo la rosa a la mariposa - ¿Por qué te han traído aquí los niños?
- Porque no puedo volar. Ellos creen que estaré mejor contigo. Pero se equivocan, nunca volveré a ser feliz.


La rosa permaneció en silencio unos instantes y después le preguntó:
- ¿Estás completamente segura?
- Claro que lo estoy – respondió la mariposa notablemente molesta - ¿cómo te sentirías tú si se estropeasen tus pétalos?
- Muy mal, pero hay más cosas de las que me siento orgullosa. Trataría de pensar en esas cosas.
- ¿Más cosas? ¿y qué cosas son esas? – preguntó inquieta la mariposa.
- Por ejemplo pensaría en la cantidad de historias maravillosas que sé e intentaría contárselas a alguien que quisiera escucharme – contestó la rosa.
- ¿Sabes historias? ¿pero qué historias puedes saber tú, una rosa que acaba de nacer hace sólo unos días?
- Ese es un misterio que no voy a desvelarte. Pero tengo una pregunta para ti, ¿quieres conocer esas historias?
- ¡Claro que quiero! – dijo la mariposa con ilusión y alegría, y en ese momento se olvidó por completo de que ya no podía volar.



Y he aquí el final de esta historia que en realidad es el comienzo de muchas otras.